martes, 2 de julio de 2013

Escrito por Unknown | Etiquetas : , , , ,
Su Dios reposaba ahora encima de la mesa. Inmóvil, el fetiche parecía observarle y juzgarle a través de sus propios sentimientos. Juzgaba, sobretodo, su debilidad. Le susurraba palabras hirientes, apelando a su cobardía, que era tal que le impedía realizar un simple gesto que, sabía Oklahoma,  podría liberarle de todo aquello. Del frío, de la oscuridad del espacio infinito y de la celda de aleaciones y vidrio en la que había nacido preso.

Pero no todo fue siempre así, al menos eso le decían. Hubo una época en la que su sufrimiento era, simplemente, inexistente, imposible. Aquella tristeza que sentía se suponía una simple enfermedad, un rastro vestigial en su ADN de la época en la que el hombre pisaba tierra y vivía bajo el cielo, no sobre él; un lastre heredado de sus torpes e imperfectos antepasados. Pero hoy por hoy se trataba de una dolencia pasajera, como un constipado, la cual necesitaba su medicina. Pero Oklahoma había decidido no tomarla durante dos meses. ¿El motivo? No había motivos. Simplemente quería saber qué pasaría, qué había más allá de los primeros síntomas del llamado "Mal de las estrellas". Y vaya si lo encontró.

Los primeros síntomas, de los que casi todo el mundo había sido víctima alguna vez, eran muy leves. Una simple fatiga, acompañada de problemas de sueño, que se podía alargar una semana. Aquello pasaba en raras ocasiones: temporadas de trabajo extremo, errores de cálculo en el suministro sanitario o, como en el caso de Oklahoma, una sanción corporativa. Cuando un empleado como él sufría un descenso de la productividad por debajo de un punto de la media de su departamento, se le sancionaba con una restricción temporal de Eterina, la mágica "Pastilla feliz" que prevenía y paliaba cualquier tipo de patología psicológica. Normalmente aquel castigo daba buenos resultados, ya que se trataba de una necesidad básica y la amenaza de privación era un elemento altamente disuasorio, pero había casos aislados en los que el sancionado no volvía a levantar cabeza, casos en los que el sujeto presentase una psique débil. Oklahoma se convirtió en uno de esos casos de baja estadística.

Cuando recibió de nuevo su paquete con la dosis semanal, una vez pasada la sanción, estaba tan abrumado que apenas tenía fuerza para abrir la caja. En aquellos casos en los que el Mal de las Estrellas había llegado a un nivel tan agudo, el paciente disponía de un enlace óptico a través de su terminal con el cual podría contactar con un equipo asistencial que se encargaría de velar por su recuperación. Pero Oklahoma decidió no llamar.

Se llamaba Yakarta. Era delgada, atractiva y risueña, pero empezó a coquetear con malas compañías; sectas religiosas. Oklahoma la deseaba, pero nunca se atrevió a confesárselo: cuando recibió la noticia de que se había suicidado era demasiado tarde para quedar para tomar una copa. En su plataforma de trabajo, una estación tipo OG-67 que orbitaba sobre un asteroide rico en Palamio, lo inquietante de su suicidio fue la comidilla en los pasillos de la estación durante semanas. Por lo que se decía, había ido al despacho de su Coordinador y, con una sonrisa de oreja a oreja, le dijo que "Había visto a Dios". Aquello era preocupante: sólo los religiosos, esos peligrosos terroristas y sectarios, conservaban aquel pensamiento primitivo y peligroso, prohibido en cualquier Compañía. El coordinador dudó, motivo por el cual hoy en día había sido degradado: no hizo lo correcto, decían, que hubiera sido llamar al Departamento de Seguridad, sino que la remitió al Departamento de Salud. Yakarta asintió, aun con aquella sonrisa en su rostro, y salió de la estancia. Dos horas más tarde, había faltado a su puesto de trabajo. Ante tal alarmante situación, y con temor de que intentara cometer algún tipo de ataque terrorista, se formaron batidas de búsqueda tanto dentro de la estación como por fuera. Su cuerpo fue hallado flotando cerca de una escotilla de emergencia, en el espacio, sin su traje espacial.

Dijeron que había dejado de tomar Eterina por influencia de los religiosos con los que se había juntado, una secta secreta infiltrada en nuestra estación a la que el Departamento de Seguridad no había conseguido localizar. Y eso que sus agentes son implacables y temidos por toda la Compañía, famosos por agresivos sus interrogatorios, capaz de quebrar el cuerpo y la mente del Sindicalista más duro. Tal decisión la habría llevado a un punto terminal de Mal de las Estrellas, un punto en el que su mente se encontraba tan fragmentada que su muerte era uno de los finales más misericordiosos.

Oklahoma la amaba. Y quizá fue ese el motivo que lo llevó a prescindir de la asistencia sanitaria y sumergirse más aun en su locura. A las dos semanas, comenzó a sentir una especie de melancolía por algo que jamás había experimentado. Tenía sueños lúcidos en los que caminaba sobre barro, su cuerpo estaba húmedo y sentía algo extraño en su cuerpo, una especie de caricia ardiente y placentera. Pero luego despertaba, y comenzaba la pesadilla. Los pasillos que antaño había considerado su hogar eran ahora espacios claustrofóbicos y hostiles; los jardines hidropónicos le causaban una especie de tristeza, y el zumbar de los motores de la estación le irritaban. Las paredes parecían encogerse y todo a su alrededor parecía conspirar para hacerle sentirse inseguro. Tenía ganas de escapar, pero no sabía a dónde.

Los Sindicalistas no eran una opción. Aquella organización secreta y clandestina, que reclamaba mayor poder y proporcionaba protección a los estratos más bajos de la jerarquía corporativa, no eran más que una pandilla de matones, tan adictos a la Eterina como el resto. Luego estaban los renegados. Fascistas y comunistas, terroristas obsesionados con reestablecer la tiránica clase política que había existido antes de la destrucción de la tierra, le parecían una alternativa poco apetecible, al igual que los anarquistas, locos descerebrados cuya meta era la destrucción de cualquier tipo de sociedad y se les presumía responsables de la destrucción de su planeta natal. Además, todos esos grupos vagaban en sus naves piratas lejos de la seguridad del sistema JK98 donde se encontraba. Sólo le quedaban los religiosos, pero si era verdad que existían, fue imposible para Oklahoma dar con ellos.

Sí dio con los sindicalistas. Por un módico precio y promesas revolucionarias, consiguió de ellos la pistola que observaba encima de la mesa. Oklahoma había tocado fondo, era consciente de que aquello que anhelaba y le impedía disfrutar de la vida era algo que ya no existía. Y había visto a Dios, como Yakarta, cuando dormía. A partir de la cuarta semana, empezó a verlo. Una luz que le hablaba sin palabras, coronando una gran esfera azul suspendida en el espacio: el cielo. Era un mundo que sólo existía en sus sueños, así que su única salida era la muerte, y quería hacerlo antes de acabar como Yakarta. Sabía que aquel arma era ahora mismo su Dios, la muerte que lo llevaría a la tierra prometida.

Pero no era capaz. Era un ser débil que había sucumbido al mal de las estrellas. Mientras que todos los renegados vivían con ella, él había permitido que lo quebrase, siendo incapaz de coger aquel arma y quitarse de en medio. Miraba a través de la ventana al asteroide, "Poofy" como lo llamaban en la estación, su mascota hecha astro. No eran más que moscas revoloteando alrededor de un cuerpo muerto, parásitos minúsculos nutriéndose de la grandeza del asteroide.

Y entonces la vio. A través del vidrio pudo ver a Yakarta, sonriente. Señalaba encima de su cabeza, encima del asteroide, y pudo verla. Su azul intenso le invitaba a experimentar todo aquello que echaba de menos. Respirar aire, mojarse en la lluvia, pisar la tierra mojada y sentir los rayos del sol en su piel. Ignoró la pistola y se encaminó hacia la escotilla de emergencia.

Tuvieron que pasar seis semanas hasta que encontraron lo que quedó de él. A diferencia de Yakarta, su cuerpo alcanzó la atmósfera del asteroide, siendo atrapado por la gravedad del mismo. La suave atracción del astro hizo que su caída fuese ligera, lo suficiente como para mantener su cuerpo y el rictus de su cara, sonriente, completamente intactos.

0 comentarios:

Publicar un comentario