sábado, 28 de septiembre de 2013

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La calma invadía el desolador paraje que se abría ante mis ojos. El zumbido de los bombardeos había enmudecido hacía ya bastante tiempo, y sólo quedaban los ecos del chisporroteo de las llamas que se alzaban en la distancia.

Sin duda, la mayor mentira del ser humano es el concepto del progreso. Reducimos la conducta humana en un concepto irreal por el cual un hombre, o una sociedad, avanza en una dirección fija. Como si nuestra mente fuese tan sencilla como un vaso de agua que sólo se llena, creemos ciegamente que siempre partimos de un punto para dirigirnos a otro: yo digo que es mentira. Una farsa. Un hombre no madura, sólo cambia. Es cierto que el tiempo da lecciones, pero también tenemos una asombrosa capacidad para olvidar que a menudo es subestimada. He visto jóvenes cuya lucidez mental se apagaba gota a gota con el paso de la edad, renegando a la brillantez de sus ideas originales; ¿Qué filósofo no acabó así?. Lo mismo pasa con todas las civilizaciones y grandes naciones, las cuales se alzan y caen, desaparecen o se convierten en algo totalmente diferente del sueño de sus primeros idearios. Todo lo que crece acaba muriendo, incluso la razón que supuestamente guía el progreso humano, tanto a nivel individual como colectivo. Lo único cierto e imperecedero es el caos que dicta los pasos de la vetusta danza de las pasiones humanas.

Aquel día aprendí de nuevo una lección que había olvidado. Había visto líderes más inteligentes y brillantes que Adolf Hitler caer, sabía bien que su propaganda era una versión ignorante del pasado, un simplismo basado en reconstrucciones tendenciosas. Yo era ese pasado mítico al que siempre se aferró el nacionalsocialismo para justificarse: yo, que he yacido con mujeres de la etnia sinti y rom, que encontré la amistad entre los eslavos del Báltico; yo, que amé a una mujer judía y lloré su muerte y la de su hermano más que la de ninguna otra de las millones de personas que había conocido. Había luchado junto a anarquistas en España y sudamérica, y había matado a más germanos que a ningún otro pueblo: yo era lo único que se podía considerar un auténtico ario. Aun así, deje que profanaran los nombres los dioses a los que mis padres se consagraban para prostituirlos en pos de su guerra, para engrandecer su pureza racial; ellos, descendientes de mil imperios y razas cuyos ancestros jamás pisaron Teutoburgo junto con Hermann y los queruscos, los marcómanos y los chattis, que llamaban a la tierra que me vio nacer Germania, nombre que nos dieron los galos y los romanos. No sólo les perimití hacer todo eso, sino que me uní a su furor. Yo, que he caminado más de mil años, me dejé engañar por su pasión.

He ahí la verdadera naturaleza del hombre y el tiempo, una fuerza tan maleable como la arcilla. La eternidad da tiempo para aprender muchas cosas, pero la estoicidad y la madurez son tan efímeras como la pasión, pero mucho menos poderosas. Porté su esvástica, ajena a mí, borracho de su fervor nacionalista; simplemente cedí las adulaciones y halagos que hicieron al único pasado que consideraba completamente mío. Maté judíos, socialistas, gitanos y eslavos por capricho de un pequeño hombre el cual sabía equivocado. Yo, que estreché la mano de Augusto, que compartí cama con Livia y Mesalina, que asesoré a Carlomagno y Napoleón en sus campañas, el inmortal que había conocido a cientos de reyes y reinas, cedí ante aquel embrujo.

Pero en aquel momento, todo daba igual. Redescubría otra vieja lección olvidada, y es cuán dulce es el sabor de la derrota. Conocí de nuevo, como había pasado muchas otras veces, que el orgullo es sólo una borrachera cuya resaca posee el más amargo de los sabores. Por eso saboreé aquella derrota. Me deshice de mi roído abrigo de las SS y lo quemé en las llamas que devoraban las ruinas de lo que tuvo que ser una taberna. Sin duda, aquella derrota fue el mejor momento que recuerdo de aquella época oscura. Por fin obtendría el anhelado descanso del guerrero.

Pero en el fondo, al igual que siempre supe que los nazis se equivocaban, sabía que el dulce sabor de la derrota no duraría mucho, ya que lo que sí es cierto es que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y la eternidad en la que me encontraba atrapado daba testigo de ello. Sólo era cuestión de ver quién tropezaba de nuevo, si la sociedad o yo.

"Un imperio que durará mil años". Sonreí para mis adentros, ya que sólo las piedras y mi errática existencia habían durado tanto.

lunes, 12 de agosto de 2013


Zombies sexys y con estilo vistiendo, publicidad exitosa garantizada

Hoy vamos a hablar más de ficción que de primitivismo.

En estos últimos años, ha habido un auge respecto a un género cinematográfico nacido hace ya más de 50 años, un subgénero del cine de terror abocado a la serie B y asociado al mal gusto: hablamos del cine de zombies y sus adaptaciones a otros medios (literatura, cómics, videojuegos...)

¿Qué tiene de especial esto de los muertos vivientes? En los años setenta y ochenta se trataba de una vertiente enfocada a los amantes del cine gore, un trasfondo ideal para cintas de bajo presupuesto y gusto refinado por la casquería. Hoy en día es un género que mueve masas y totalmente absorbido por la corriente mainstream: la recién estrenada Guerra Mundial Z, con Brad Pitt como protagonista, ha recaudado más de 365 millones de dólares, y la versión literaria de Max Brooks que precede al film es todo un Best Seller. La cuestión es: ¿Cómo este género ha pasado de la marginalidad de la serie B a las grandes pantallas? ¿Porqué ahora y no antes?

Probablemente la película de zombies que precedió la zombiexplotation en la que nos encontramos sumidos fue "Dawn of the Dead" de Zack Snyder, remake del film original de George A. Romero, allá por el 2004. La cinta es una de esas pocas revisiones que superan al film original, pero aun así su éxito fue desmedido teniendo en cuenta que contaba exactamente la misma historia. Igualmente esta película funcionó más como resorte precursor que como producto enseña de la nueva ola de ficción zombie; probablemente ese mérito lo tenga la serie "The Walking Dead", basada en una serie de cómics con diez años de antigüedad, encargada de hacer del género un fenómeno global.

Desde entonces vivimos con el fenómeno zombie presente en toda la cultura occidental. Cine, juegos, cómics, novelas, spots publicitarios, vídeos musicales... los muertos vivientes probablemente pasarán a ser iconos de la generación actual. A pesar de haber nacido como subgénero del terror, poco horror y rechazo provoca todo lo que rodea al concepto del Holocausto Zombie. Si su función original de aterrar ha fallado, ¿Cómo es que el género triunfa?

No soy el primero que ha hecho un análisis a este fenómeno. Desde siempre se ha dicho que la trilogía de Romero es una crítica al racismo en su primera entrega, al capitalismo en la segunda y a la inmigración en la malograda tercera parte: generalmente su aspecto de crítica anti consumo es la que prevalece. Se dice que el zombie es el consumidor, un ente descerebrado, parte de una masa agresiva que hace lo que sea por consumir. Podría hacerse esa lectura y centrarse en la crítica anticapitalista del género, pero una vez más nos quedaríamos cortos.

El mito zombie actual y su origen no tienen nada que ver. El mito original no habla de hordas tambaleantes, sino de seres reanimados mediante magia vudú por los Hougan que esclavizan al muerto para que sea su sirviente más allá de la muerte: hoy en día un zombie no es eso. Es un ser sin amo, ajeno a la magia y portador de una enfermedad infecciosa. Aunque dependiendo del título esto suele cambiar sensiblemente, generalmente es aceptado que el zombie actual nace gracias a la tecnología. En "Night of the Living Dead" se coquetea con la idea de la radiación como causante. Esta idea es rápidamente desechada por la mayoría de los filmes posteriores, y la idea del virus es la más aceptada. Unas veces es un virus concebido a posta, en otras no. Sea como sea, ya sea en su concepción o en su propagación, la tecnología siempre es el medio para que el Apocalipsis tenga lugar.

Efectivamente, quiero dar a entender que el Holocausto Zombie no es más que otra idea subconsciente que nos sugiere lo dañino de la civilización actual. No es más que otra cara del mito del Fin del Mundo, un mito existente en casi todas las civilizaciones y cuya principal idea es que la civilización ha de acabar, ya que generalmente los mitos apocalípticos coinciden en el fin de la humanidad como orden social complejo más que como especie en sí. El Holocausto Zombie no es más que su cara más moderna. Todos lo anhelan y lo desean, en el fondo esperamos ese "reseteo" de la humanidad. El mundo bajo el yugo zombie es atractivo. Permite a sus personajes olvidar sus obligaciones mundanas, personas que no se consideran productivas en la sociedad industrial consiguen prosperar gracias a aptitudes poco valoradas en el mundo moderno, concentrarse en sobrevivir y demostrar que pueden sobrevivir por sí solos. Es un mundo que da autonomía a quien se la gana, donde la lucha contra la adversidad es recompensada y donde el ser humano puede luchar, donde además el hacinamiento es un problema real al que uno puede enfrentarse de manera desinhibida.

Por supuesto, todo se queda en febriles fantasías. El hombre moderno por norma general sólo fantasea con ese mundo, ya que la perspectiva de que esto pudiera ocurrir lo aterraría. Ponemos "una de zombis" y durante unas horas fantaseamos con una libertad que no tenemos, evadiendo mediante el ocio la terrible realidad en la que nos encontramos: nosotros somos los zombies, y preferimos serlo antes que intentar sobrevivir.

miércoles, 10 de julio de 2013

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Henry David Thoureau escribió "Walden" durante dos meses y dos días viviendo en una cabaña en mitad del bosque

Lo más común, cuando uno admite aborrecer la sociedad industrial y admirar la vida primitiva, es que como respuesta a dicha sentencia se formule otra pregunta: ¿Y qué haces viviendo en ella?

Es algo normal, casi un sistema de defensa del individuo perfectamente insertado ante tamaño desafío a sus principios básicos, una pregunta cargada de vergüenza de quien se siente juzgado. Pero es una pregunta bastante sencilla de responder.

¿Por qué yo mismo escribo esto desde un PC con conexión a internet, en vez de predicar con el ejemplo e irme a vivir en la soledad de los bosques como un hombre primitivo? ¿Cómo es el primitivista tan hipócrita que defiende unos ideales de austeridad tecnológica a la vez que no la practica? ¿Qué es eso de defender la caída del desarrollo industrial cuando hacemos uso de la medicina moderna? Son preguntas simples, efectistas, a las que quien no haya dedicado suficiente tiempo de reflexión cae rendido en cuanto empieza a coquetear con la idea de que la vida sin el progreso industrial sería más plena, libre y ociosa.

La primera respuesta es la simple incapacidad. Uno no puede hoy en día irse al bosque a vivir de la caza o la agricultura. En tiempos no tan remotos, cuando la vida agreste era más común, quizá no fuese tan difícil. Hoy, alguien nacido en el seno de las grandes urbes sencillamente no puede tomar esa opción sin estar atado a la industrialización, al sistema capitalista y a la sociedad en sí. En primer lugar, uno ha de tener poder adquisitivo como para comprar un terreno donde llevar esa vida idílica. Esto no es fácil; en España probablemente sea casi imposible si no se tiene un poder adquisitivo alto, ya que la diferencia entre el suelo urbanizable y el no urbanizable hace casi imposible vivir lejos de las ciudades, amén de que en pocas zonas se está lo suficientemente lejos de las urbes como para no notar su impacto. Pero aun así, imaginemos que lo conseguimos, que tenemos nuestra preciosa cabaña en el bosque de tal manera que el Estado no pueda volver a reclamarlos para sí, un terreno con acceso a caza, pesca y suelo fértil. En ese caso, descartemos vivir de la caza, ya que tendremos que tener una licencia (llegados al punto de que hemos asumido que no usaremos armas de fábrica y de que habremos desarrollado nuestras propias herramientas). Como se puede observar, de esta manera ya habríamos participado varias veces del sistema, ya que la ley es un obstáculo infranqueable si queremos perdurar: podemos optar por omitirlas, y quizá vivamos tranquilos durante un tiempo, pero el avance industrial acabará llegando a nosotros, y los cuerpos de seguridad que la obedecen acabarán llamando a nuestras puertas.

Pero imaginemos que hemos hecho ese sacrificio en pos de una vida independiente. Hemos pagado el terreno, las licencias necesarias para talar, cazar, pescar, cultivar y todo lo que queramos hacer: ser autosuficientes. Podríamos justificar todas las "traiciones" a la supuesta moral que debemos seguir. Pero he aquí que surgen tres variables a combatir: la soledad, la marginalidad y la perdurabilidad.

La soledad es intrínseca si decidimos simplemente irnos a vivir al bosque, lejos de todo. La naturaleza, los animales y la libertad son preciados, pero el ser humano es un animal social que necesita de compañía. Puede que convenzamos a una pareja, quizá a un grupo de amigos, y nosotros vivamos bien en nuestra pequeña comuna. Pero entonces estaríamos obligados a renunciar a la progenie o condenarla a la pobreza genética, resultando en una tribu llena de taras hereditarias resultantes de dicha escasez de ADN y en la que probablemente los jóvenes acaben renunciando en busca de pareja.

Podríamos decir entonces que nuestra pequeña comuna se podría enriquecer atrayendo miembros de las urbes para enriquecerla. Pero esto nos lleva a la marginalidad, el principal problema de esta acción. Si decidimos romper con la sociedad industrial y huir, acabaremos siendo un grupo marginal, apestados de la sociedad actual, donde sólo personas con problemas sociales, desórdenes mentales o actitudes peligrosas buscarían refugio. Si decidimos huir, el mensaje se quedará con nosotros en nuestras montañas, mientras que para los "inmigrantes" venidos de la sociedad industrial el concepto que tendrán de nuestra idílica sociedad primitiva será el inculcado por la sociedad que los educó. Muchos dirían que con realizar "peregrinajes" a las urbes predicando el "mensaje" primitivista se podría paliar, pero al fin y al cabo nos obligaría una vez más a interactuar con la sociedad que despreciamos y a vivir en base de ésta, de una manera casi parasitaria.

Pero seamos positivos. Tenemos una tierra rica, fértil, donde una comunidad de personas viven como cazadores, recolectores o agricultores, ajenos a la "corrupción" industrial, con material genético rico y diverso, lejos de las ciudades. Quizá dure una generación, quizá dos. Pero el planeta está evidentemente enfermo. Hoy por hoy la contaminación es un mal imparable, y son pocos los lugares (o inexistentes) cien por cien libres de ella. Las fábricas, las carreteras y los bloques de edificios acabarán tocando a las puertas de nuestra sociedad utópica, y ninguna ley de propiedad podrá detenerlos, ya que ésta siempre ha sido una subordinada del avance tecnoindustrial.

Como se puede deducir, resulta que al final "irse a vivir al monte" es toda una traición a los instintos humanos de socialización, procreación y a la perdurabilidad de la naturaleza salvaje. Irse a vivir a la montaña no es sólo difícil, sino que a la larga se podría tachar incluso de improductivo. Lo más importante es que, precisamente el hecho de luchar contra nuestros instintos nos ha llevado al punto en el que estamos, por lo que acudir al médico por una enfermedad por puro instinto de supervivencia no debe supone ningún tipo de vergüenza, ni trabajar de forma remunerada debería serlo. Es obvio que quien pueda prescindir de todo esto y lo haga es digno de admiración, pero el no seguir una supuesta moral que se supone asociada a un pensamiento no es un contra argumento. Nadie es un hipócrita por no querer renunciar a la vida, al sexo o al alimento: la cuestión no es esa. Además, tirando de bravateadas, huir no es una opción válida, ya que significa dejar atrás algo que nos perseguirá a no ser que lo enfrentemos. La cuestión no es quién es capaz de ser más independiente del sistema, sino quién es capaz de destruirlo.

La sociedad industrial debe ser destruida, no rehuida. Mientras seamos conscientes de ello, lo que hagamos mientras no importa. Predicar con el ejemplo es algo muy cristiano, una mentalidad que tenemos arraigada por la cual se ha de obrar acorde a unas leyes que queremos promulgar, acción que de no ser cumplida convierte a uno en un "mal cristiano". Pero el anarquismo primitivista no es ninguna ley, no es ninguna sociedad moral utópica ni una creencia ética: es el remedio a una infección que poco a poco acabará con todo y con todos, una cura que se ha de aplicar con urgencia sin detenerse en cavilaciones acerca de lo que haremos una vez sanos.

martes, 2 de julio de 2013

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Su Dios reposaba ahora encima de la mesa. Inmóvil, el fetiche parecía observarle y juzgarle a través de sus propios sentimientos. Juzgaba, sobretodo, su debilidad. Le susurraba palabras hirientes, apelando a su cobardía, que era tal que le impedía realizar un simple gesto que, sabía Oklahoma,  podría liberarle de todo aquello. Del frío, de la oscuridad del espacio infinito y de la celda de aleaciones y vidrio en la que había nacido preso.

Pero no todo fue siempre así, al menos eso le decían. Hubo una época en la que su sufrimiento era, simplemente, inexistente, imposible. Aquella tristeza que sentía se suponía una simple enfermedad, un rastro vestigial en su ADN de la época en la que el hombre pisaba tierra y vivía bajo el cielo, no sobre él; un lastre heredado de sus torpes e imperfectos antepasados. Pero hoy por hoy se trataba de una dolencia pasajera, como un constipado, la cual necesitaba su medicina. Pero Oklahoma había decidido no tomarla durante dos meses. ¿El motivo? No había motivos. Simplemente quería saber qué pasaría, qué había más allá de los primeros síntomas del llamado "Mal de las estrellas". Y vaya si lo encontró.

Los primeros síntomas, de los que casi todo el mundo había sido víctima alguna vez, eran muy leves. Una simple fatiga, acompañada de problemas de sueño, que se podía alargar una semana. Aquello pasaba en raras ocasiones: temporadas de trabajo extremo, errores de cálculo en el suministro sanitario o, como en el caso de Oklahoma, una sanción corporativa. Cuando un empleado como él sufría un descenso de la productividad por debajo de un punto de la media de su departamento, se le sancionaba con una restricción temporal de Eterina, la mágica "Pastilla feliz" que prevenía y paliaba cualquier tipo de patología psicológica. Normalmente aquel castigo daba buenos resultados, ya que se trataba de una necesidad básica y la amenaza de privación era un elemento altamente disuasorio, pero había casos aislados en los que el sancionado no volvía a levantar cabeza, casos en los que el sujeto presentase una psique débil. Oklahoma se convirtió en uno de esos casos de baja estadística.

Cuando recibió de nuevo su paquete con la dosis semanal, una vez pasada la sanción, estaba tan abrumado que apenas tenía fuerza para abrir la caja. En aquellos casos en los que el Mal de las Estrellas había llegado a un nivel tan agudo, el paciente disponía de un enlace óptico a través de su terminal con el cual podría contactar con un equipo asistencial que se encargaría de velar por su recuperación. Pero Oklahoma decidió no llamar.

Se llamaba Yakarta. Era delgada, atractiva y risueña, pero empezó a coquetear con malas compañías; sectas religiosas. Oklahoma la deseaba, pero nunca se atrevió a confesárselo: cuando recibió la noticia de que se había suicidado era demasiado tarde para quedar para tomar una copa. En su plataforma de trabajo, una estación tipo OG-67 que orbitaba sobre un asteroide rico en Palamio, lo inquietante de su suicidio fue la comidilla en los pasillos de la estación durante semanas. Por lo que se decía, había ido al despacho de su Coordinador y, con una sonrisa de oreja a oreja, le dijo que "Había visto a Dios". Aquello era preocupante: sólo los religiosos, esos peligrosos terroristas y sectarios, conservaban aquel pensamiento primitivo y peligroso, prohibido en cualquier Compañía. El coordinador dudó, motivo por el cual hoy en día había sido degradado: no hizo lo correcto, decían, que hubiera sido llamar al Departamento de Seguridad, sino que la remitió al Departamento de Salud. Yakarta asintió, aun con aquella sonrisa en su rostro, y salió de la estancia. Dos horas más tarde, había faltado a su puesto de trabajo. Ante tal alarmante situación, y con temor de que intentara cometer algún tipo de ataque terrorista, se formaron batidas de búsqueda tanto dentro de la estación como por fuera. Su cuerpo fue hallado flotando cerca de una escotilla de emergencia, en el espacio, sin su traje espacial.

Dijeron que había dejado de tomar Eterina por influencia de los religiosos con los que se había juntado, una secta secreta infiltrada en nuestra estación a la que el Departamento de Seguridad no había conseguido localizar. Y eso que sus agentes son implacables y temidos por toda la Compañía, famosos por agresivos sus interrogatorios, capaz de quebrar el cuerpo y la mente del Sindicalista más duro. Tal decisión la habría llevado a un punto terminal de Mal de las Estrellas, un punto en el que su mente se encontraba tan fragmentada que su muerte era uno de los finales más misericordiosos.

Oklahoma la amaba. Y quizá fue ese el motivo que lo llevó a prescindir de la asistencia sanitaria y sumergirse más aun en su locura. A las dos semanas, comenzó a sentir una especie de melancolía por algo que jamás había experimentado. Tenía sueños lúcidos en los que caminaba sobre barro, su cuerpo estaba húmedo y sentía algo extraño en su cuerpo, una especie de caricia ardiente y placentera. Pero luego despertaba, y comenzaba la pesadilla. Los pasillos que antaño había considerado su hogar eran ahora espacios claustrofóbicos y hostiles; los jardines hidropónicos le causaban una especie de tristeza, y el zumbar de los motores de la estación le irritaban. Las paredes parecían encogerse y todo a su alrededor parecía conspirar para hacerle sentirse inseguro. Tenía ganas de escapar, pero no sabía a dónde.

Los Sindicalistas no eran una opción. Aquella organización secreta y clandestina, que reclamaba mayor poder y proporcionaba protección a los estratos más bajos de la jerarquía corporativa, no eran más que una pandilla de matones, tan adictos a la Eterina como el resto. Luego estaban los renegados. Fascistas y comunistas, terroristas obsesionados con reestablecer la tiránica clase política que había existido antes de la destrucción de la tierra, le parecían una alternativa poco apetecible, al igual que los anarquistas, locos descerebrados cuya meta era la destrucción de cualquier tipo de sociedad y se les presumía responsables de la destrucción de su planeta natal. Además, todos esos grupos vagaban en sus naves piratas lejos de la seguridad del sistema JK98 donde se encontraba. Sólo le quedaban los religiosos, pero si era verdad que existían, fue imposible para Oklahoma dar con ellos.

Sí dio con los sindicalistas. Por un módico precio y promesas revolucionarias, consiguió de ellos la pistola que observaba encima de la mesa. Oklahoma había tocado fondo, era consciente de que aquello que anhelaba y le impedía disfrutar de la vida era algo que ya no existía. Y había visto a Dios, como Yakarta, cuando dormía. A partir de la cuarta semana, empezó a verlo. Una luz que le hablaba sin palabras, coronando una gran esfera azul suspendida en el espacio: el cielo. Era un mundo que sólo existía en sus sueños, así que su única salida era la muerte, y quería hacerlo antes de acabar como Yakarta. Sabía que aquel arma era ahora mismo su Dios, la muerte que lo llevaría a la tierra prometida.

Pero no era capaz. Era un ser débil que había sucumbido al mal de las estrellas. Mientras que todos los renegados vivían con ella, él había permitido que lo quebrase, siendo incapaz de coger aquel arma y quitarse de en medio. Miraba a través de la ventana al asteroide, "Poofy" como lo llamaban en la estación, su mascota hecha astro. No eran más que moscas revoloteando alrededor de un cuerpo muerto, parásitos minúsculos nutriéndose de la grandeza del asteroide.

Y entonces la vio. A través del vidrio pudo ver a Yakarta, sonriente. Señalaba encima de su cabeza, encima del asteroide, y pudo verla. Su azul intenso le invitaba a experimentar todo aquello que echaba de menos. Respirar aire, mojarse en la lluvia, pisar la tierra mojada y sentir los rayos del sol en su piel. Ignoró la pistola y se encaminó hacia la escotilla de emergencia.

Tuvieron que pasar seis semanas hasta que encontraron lo que quedó de él. A diferencia de Yakarta, su cuerpo alcanzó la atmósfera del asteroide, siendo atrapado por la gravedad del mismo. La suave atracción del astro hizo que su caída fuese ligera, lo suficiente como para mantener su cuerpo y el rictus de su cara, sonriente, completamente intactos.

sábado, 29 de junio de 2013

Para empezar, rescato una crítica de mi anterior blog, El Exilio de Arcadia. El artículo tiene casi un año, pero merece la pena salvarlo de Irkalla (Al menos eso dicen las visitas de mi anterior blog), y es una novela que habla mucho de los pilares de la sociedad. Ahí va y perdonden mi pereza, en breve empezaré a publicar ficción original.

Ruinas de la fortaleza original de Alamut en el monte Elburz, en el norte de Irán. Quedó reducida a lo poco que se conserva por las hordas mongolas en el siglo XIII

"Nada es verdad, todo está permitido"

Dice la leyenda que estas fueron las últimas palabras de Hassan Ibn Sabbah, El Viejo de la Montaña, líder de la secta ismaelita y señor de Alamut, en su lecho de muerte. La mística frase también presentada por Nietzsche en su Genealogía de la moral, en el siglo XIX, y más tarde, en el siglo pasado, por la novela que nos ocupa; por desgracia tiene el dudoso mérito de haber sobrevivido a los siglos hasta llegar a ser actualmente conocida entre la gran mayoría de la juventud y no tan juventud por el juego Assassins Creed. Independientemente de la calidad que posea o deje de poseer el juego, o su función como mero entretenimiento, es una pena que una frase que entraña tanto contenido perviva siendo arrancada de su contexto original, perdiendo todo su sentido.

Pero, ¿Qué significa la frase de los cojones? haciendo síntesis y sin querer meternos a profundizar en el tema, el significado de la frase es uno de los pilares de la novela del esloveno Vladimir Bartol y del pensamiento del alemán Nietszche; la ausencia del temido jucio final, del castigo al pecado tras la muerte y, por ende, de cualquier entidad divina superior. Nada es de los que nos contaron es verdad, no existe ningún poder mayor que separe pecadores de puros tras la muerte, que lleve las almas de los fieles al cielo y la de los pecadores al infierno, y el poder que conlleva el conocimiento de dicha revelación nos equipara a los mismos dioses que temíamos, nos convierte en ellos, ya que, si no hay ningún Dios para juzgarnos, nosotros nos convertimos en esos seres omnipotentes para los cuales todo está permitido. Y de eso habla Alamut; del poder, de la religión, de la manipulación, el totalitarismo y el ateísmo.

Un poco de historia

Alamut no es un tratado de filosofía; es una novela histórica con un fuerte componente de crítica social y sí, algo de filosofía, pero sigue siendo en esencia el relato de unos personajes que se ven envueltos en la trama que enfrenta a la secta ismaelita de Alamut con el imperio seleúcida.

Alamut, cuyo significado en persa antiguo es "Nido de Águilas", realmente existió, y su historia, aunque relativamente poco conocida, ha influído más en la cultura occidental de lo que apreciamos, ya que en ella se encuentra el origen mismo de la palabra "asesino", denido a que los ismaelitas eran conocidos por sus asesinatos estratégicos y la total entrega de sus fieles a los objetivos dictados por el Viejo de la Montaña; según la leyenda, la sumisión de los ismaelitas y la leyenda de asesinos suicidas que se creó a su alrededor era debido a que, cuando eran reclutados, los futuros hashashins (comedores de hachís en árabe, literalmente, y el origen de la palabra "asesino") consumían la droga hasta creer que se encontraban en el paraíso, en los utópicos jardines de Alamut, rodeados de sabrosas frutas, hermosas doncellas vírgenes y todo tipo de lujos; entonces Hassan Ibn Sabbah les relataba a sus futuros siervos que habían visitado el paraíso que les había sido prometido si morían por la secta.

Fue Marco Polo quien trajo la historia desde oriente en uno de sus múltiples viajes. En su crónica, relataba haberse reunido con El Viejo de la Montaña en persona en las murallas de la fortaleza, donde el líder sectario decidió mostrar al veneciano el grado de lealtad de sus soldados ordenando a uno de ellos que saltara de la muralla, evidentemente muriendo en el acto. Aunque la historia dice que Marco Polo fue anacrónico a Hassan Ibn Sabbah (ay Marco, tú y tus trolacas), que se limitó a inventarse la historia a partir de las habladurías que oiría en sus viajes,  y que probablemente los hashashins más que ponerse ciegos a porros para creerse que estaban en el paraíso lo hacían para calmarse tras sus horribles asesinatos, la leyenda es siempre más atractiva, y es en lo que se basa Vladimir Bartol para su novela, la cual a pesar de ello está bastante bien documentada sobre el tema y es muy fiel a la situación del mundo islámico en el siglo XIII.

Tahir, Halima y el Viejo de la Montaña

Con una leyenda tan seductora, no es raro que el libro cautive tan rápido. Vladimir Bartol no desperdicia ninguno de los ingredientes de la historia, y los exprime hasta su jugo máximo, siempre con el fondo crítico de fondo; Tenemos a Tahir, el soldado ismaelita, el entusiasma que poco a poco se sumerge en el mundo del fanatismo que el maquiavélico Hassan Ibn Sabbah ha creado para su guerra sagrada contra los seleúcidas. Pero es sin duda Hassan, el villano de la historia, el personaje más interesante; un retrato de los tiranos que siempre y hoy hunden países, condenan miles de vidas y juegan con los demás en nombre de unas metas y objetivos que no valen ni una gota de sangre; un cínico sin remordimientos, megalómano, misántropo y tan inteligente como desalmado. Es el puro contraste de la vileza que da el poder y el paso de los años contra la inocencia de Halima, la joven esclava que inicia la novela como novicia en el harén del Nido de Águilas llena de pureza, ajena al mundo de dolor y guerra de los objetivos de Hassan o de la disciplina férrea y fanática de los soldados como Tahir que pueblan la fortaleza, dedicándose a asuntos banales e infantiles, acordes a su edad, como absurdas riñas y envidias entre las chicas que se encargarán de simular el paraíso prometido para que soldados como Tahir pierdan su vida por una mentira.

La historia se va desarrollando conforme Tahir y Halima, cada uno a su modo, se van involucrando cada vez más en la verdad que se esconde en Alamut; aquella que dicta que nada es verdadero, y que todo está permitido. Lo hace poco a poco, sutilmente y esforzándose por situar al lector correctamente en el trasfondo; aunque los datos históricos no sean lo más importante, Vladimir Bartol se esmera en hacer que el lector entienda qué sucede en cada momento, contra quiénes luchan los ismaelitas y porqué, y este trasfondo histórico está intrínsecamente relacionado con las motivaciones de los personajes; porqué un joven inocente como Tahir se une a una secta de asesinos, cómo Halima puede formar parte de tal macabro teatro a pesar de su inocencia y, sobretodo, porqué existen personas como Hassan Ibn Sabbah, indagando de una manera bastante profunda en la psicología de esos hombres de carisma e intelecto superior que no dudan en manipular a sus semejantes a su antojo.

Los grandes aciertos de la novela son dos: la psicología de sus personajes, totalmente creíbles y extremadamente humanos, con sus luces y sus sombras y, por otro lado, la excelente crítica social al totalitarismo y al fanatismo a la vez que a la ausencia total de moral, crítica que es siempre sutil y velada, sin ser un panfleto tralsadado a un diálogo final. Y, hablando de el final, es totalmente demoledor; atípico y con un sabor agridulce, sin querer revelar nada.

Y para finalizar y dejar ya en paz al pobre filósofo de Rockën, no puedo más que señalar lo irónico del asunto: Bartol usa en su "villano" una frase que Nietzsche usa en su teoría, quien para muchos influenció al nazismo, para denunciar el totalitarismo y la manipulación sectaria en 1939, época de apogeo del III Reich. Aunque bueno, quizá no sea una divertida casualidad sino más bien una crítica a dicha corriente. De hecho, es lo mas probable.

PD: Es increíble que haya tenido que modificar la entrada de Alamut en la wikipedia mencionando a los Assamitas, ¿dónde están los frikis de Vampiro: La Mascarada?. Aunque bueno, eso significa que algo que he escrito pasará a la historia... ¡He colaborado con la wikipedia!

EDITADO 13/09/12; Vaya, parece ser que la wikipedia ha editado la información que introduje. No lo entiendo ya que está relacionada con el tema y es cierta; ¿Alguien sabe cómo funciona?

viernes, 28 de junio de 2013

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¿Qué es el Testamento de Enkidu? ¿Quién era ese señor?

Enkidu, según la mitología sumeria, fue un ser creado por Aruru, la diosa de la tierra, para enfrentarse a Gilgamesh, el déspota rey de Uruk, obsesionado con la inmortalidad. Los dioses oyeron las quejas de la gente acerca del monarca, por lo que crearon a un ser de fuerza similar. Enkidu era todo salvajismo; inculto, primitivo e incivilizado, la antítesis de Gilgamesh, representante de la civilización y el avance humano.
Ya en los albores de la civilización, la batalla entre lo salvaje y lo civilizado surge. Según cuenta la epopeya sumeria, entre ambos némesis acaba aflorando la amistad tras la cruenta batalla. Ambos unen fuerzas en la búsqueda de la vida eterna, corriendo mil aventuras en el camino.
Pero la inmortalidad nunca llega. A pesar de la insistencia de Gilgamesh y las oportunidades que se presentan en su camino, falla constantemente en la consecución de la vida eterna, consiguiendo con ello que su amigo Enkidu muera durante la desesperada empresa.

Es curioso que la primera narración escrita conocida sea una perfecta moraleja acerca del devenir de la civilización y el progreso tecnológico. Creamos la civilización con el único fin de buscar la ansiada inmortalidad. Queremos vivir más años, y para ello nos ayudamos del progreso tecnológico, un motor que funciona gracias a los modelos industriales que requieren cadenas de montaje, trabajadores, economías, mercado y demás componentes que nos anclan a una vida basada en el trabajo y el capital. Vivimos en la ansiedad, la depresión y el hacinamiento, pero no renunciamos a ello con el fin de robarle unos años a la muerte, como Gilgamesh. Solo que, por el camino, Enkidu, agoniza. Llegará el punto en que ese ser, némesis del progreso, muera, llevándose consigo todo lo salvaje, lo natural y lo primitivo que tenemos dentro, para encontrarnos que a pesar de todo llegará el día en que moriremos todos. La raza humana llegará a su fin a pesar de lo mucho que busquemos nuestra inmortalidad como especie, sólo que de esta manera destruiremos nuestra propia humanidad y todo lo que nos rodea en el proceso.

El Testamento de Enkidu quiere recoger esa moraleja; el uso de la ficción como medio para exponer ideas de índole anarquista y opuestas al progreso industrial.

¿Anarquismo, primitivismo y ficción? ¿Porqué no un blog de divulgación?

El anarquismo es la ausencia de Estado. A pesar de que normalmente es vinculado a un estado social caótico, al vandalismo o a movimientos de izquierdas como el comunismo libertario, es un concepto que no se limita a una afinidad política o un sistema de gobierno; es la ausencia de el mismo, con el cambio personal y social que conlleva. Tampoco es filosofía, no se trata de cavilaciones acerca de la naturaleza humana. El anarquismo llano es un concepto, una idea; es la esencia de la libertad individual y social. Y sólo ha habido una era en la que el anarquismo fuese el "régimen" gobernante; la era primitiva. Por lo cual, son conceptos que casi por obligatoriedad deberían estar unidos.

La ficción, no obstante, es un concepto más propio de la civilización. La música, la literatura o el cine son artes nacidas (o refinadas) en sociedades civilizadas, no así la imaginación o la creatividad. En las sociedades primitivas, siempre ha habido bailes, rituales, leyendas y toques de tambor que expresaban ideas, moralejas y sentimientos. Muchas líneas de pensamiento primitivistas son críticas con cualquier tipo de arte o incluso con el pensamiento simbólico, pero es innegable que es un canal de comunicación efectivo. Después de todo, tanto Internet como la imprenta son medios mucho más industriales que cualquiera de estos y son de uso común entre los teóricos más puristas. ¿Porqué no usar la ficción?

¿Esto es una web de relatos?

No. Al menos no exclusivamente. Este sitio pretende publicar ficciones con un punto de vista al menos cercano al anarquismo y el primitivismo. Evidentemente la creación ficticia más asequible para el creador es la literaria, pero no será esto una sucesión de cuentos acerca de buenos salvajes. Aunque este blog está abierto a cualquiera que desee publicar a través de él, me temo que la principal carga recaerá sobre el autor, quien de momento poco más que relatos puede escribir, pero que estaría encantado si pudiera publicar cualquier otro tipo de ficción como cómics o cine.

También habrán artículos de opinión, críticas y análisis, ya sea tratando temas de actualidad como comentando otras obras,  siempre y cuando tengan relación con los pilares del blog o se haga desde dicha perspectiva.

¿Sólo habrá ficción sobre volver a la edad de piedra?

En absoluto. Pero es cierto que todo creador tiene una inspiración, y el caso del de este blog, la inspiración es la muerte de la naturaleza a manos del progreso salvaje, y el yugo que gobiernos, corporaciones y demás sistemas de poder infligen en el ser humano. Esto no se debe traducir a historias repetitivas de revolucionarios logrando volver a la tierra o ciencia ficción distópica. También tienen cabida los dramas humanos causados por el hacinamiento, la ausencia de decisión en la sociedad masificada o la decadencia de la sociedad capitalista.

Los textos no pretenden ser panfletos publicitarios. Sólo pretenden ser un medio de fomento más o menos sutiles, usando la narrativa para explicar los problemas, las causas y sobretodo el origen del daño causado por la sociedad tecnoindustrial. Puede que se publiquen otros relatos que quizá toquen el tema muy por encima, pero una serie de ficciones enfocadas al mismo tema corren el riesgo de acabar marginados.

Con todo esto, sólo me queda daros la bienvenida, esperar que os agrade lo que leéis y que sobretodo os haga pensar.