Henry David Thoureau escribió "Walden" durante dos meses y dos días viviendo en una cabaña en mitad del bosque
Es algo normal, casi un sistema de defensa del individuo perfectamente insertado ante tamaño desafío a sus principios básicos, una pregunta cargada de vergüenza de quien se siente juzgado. Pero es una pregunta bastante sencilla de responder.
¿Por qué yo mismo escribo esto desde un PC con conexión a internet, en vez de predicar con el ejemplo e irme a vivir en la soledad de los bosques como un hombre primitivo? ¿Cómo es el primitivista tan hipócrita que defiende unos ideales de austeridad tecnológica a la vez que no la practica? ¿Qué es eso de defender la caída del desarrollo industrial cuando hacemos uso de la medicina moderna? Son preguntas simples, efectistas, a las que quien no haya dedicado suficiente tiempo de reflexión cae rendido en cuanto empieza a coquetear con la idea de que la vida sin el progreso industrial sería más plena, libre y ociosa.
La primera respuesta es la simple incapacidad. Uno no puede hoy en día irse al bosque a vivir de la caza o la agricultura. En tiempos no tan remotos, cuando la vida agreste era más común, quizá no fuese tan difícil. Hoy, alguien nacido en el seno de las grandes urbes sencillamente no puede tomar esa opción sin estar atado a la industrialización, al sistema capitalista y a la sociedad en sí. En primer lugar, uno ha de tener poder adquisitivo como para comprar un terreno donde llevar esa vida idílica. Esto no es fácil; en España probablemente sea casi imposible si no se tiene un poder adquisitivo alto, ya que la diferencia entre el suelo urbanizable y el no urbanizable hace casi imposible vivir lejos de las ciudades, amén de que en pocas zonas se está lo suficientemente lejos de las urbes como para no notar su impacto. Pero aun así, imaginemos que lo conseguimos, que tenemos nuestra preciosa cabaña en el bosque de tal manera que el Estado no pueda volver a reclamarlos para sí, un terreno con acceso a caza, pesca y suelo fértil. En ese caso, descartemos vivir de la caza, ya que tendremos que tener una licencia (llegados al punto de que hemos asumido que no usaremos armas de fábrica y de que habremos desarrollado nuestras propias herramientas). Como se puede observar, de esta manera ya habríamos participado varias veces del sistema, ya que la ley es un obstáculo infranqueable si queremos perdurar: podemos optar por omitirlas, y quizá vivamos tranquilos durante un tiempo, pero el avance industrial acabará llegando a nosotros, y los cuerpos de seguridad que la obedecen acabarán llamando a nuestras puertas.
Pero imaginemos que hemos hecho ese sacrificio en pos de una vida independiente. Hemos pagado el terreno, las licencias necesarias para talar, cazar, pescar, cultivar y todo lo que queramos hacer: ser autosuficientes. Podríamos justificar todas las "traiciones" a la supuesta moral que debemos seguir. Pero he aquí que surgen tres variables a combatir: la soledad, la marginalidad y la perdurabilidad.
La soledad es intrínseca si decidimos simplemente irnos a vivir al bosque, lejos de todo. La naturaleza, los animales y la libertad son preciados, pero el ser humano es un animal social que necesita de compañía. Puede que convenzamos a una pareja, quizá a un grupo de amigos, y nosotros vivamos bien en nuestra pequeña comuna. Pero entonces estaríamos obligados a renunciar a la progenie o condenarla a la pobreza genética, resultando en una tribu llena de taras hereditarias resultantes de dicha escasez de ADN y en la que probablemente los jóvenes acaben renunciando en busca de pareja.
Podríamos decir entonces que nuestra pequeña comuna se podría enriquecer atrayendo miembros de las urbes para enriquecerla. Pero esto nos lleva a la marginalidad, el principal problema de esta acción. Si decidimos romper con la sociedad industrial y huir, acabaremos siendo un grupo marginal, apestados de la sociedad actual, donde sólo personas con problemas sociales, desórdenes mentales o actitudes peligrosas buscarían refugio. Si decidimos huir, el mensaje se quedará con nosotros en nuestras montañas, mientras que para los "inmigrantes" venidos de la sociedad industrial el concepto que tendrán de nuestra idílica sociedad primitiva será el inculcado por la sociedad que los educó. Muchos dirían que con realizar "peregrinajes" a las urbes predicando el "mensaje" primitivista se podría paliar, pero al fin y al cabo nos obligaría una vez más a interactuar con la sociedad que despreciamos y a vivir en base de ésta, de una manera casi parasitaria.
Pero seamos positivos. Tenemos una tierra rica, fértil, donde una comunidad de personas viven como cazadores, recolectores o agricultores, ajenos a la "corrupción" industrial, con material genético rico y diverso, lejos de las ciudades. Quizá dure una generación, quizá dos. Pero el planeta está evidentemente enfermo. Hoy por hoy la contaminación es un mal imparable, y son pocos los lugares (o inexistentes) cien por cien libres de ella. Las fábricas, las carreteras y los bloques de edificios acabarán tocando a las puertas de nuestra sociedad utópica, y ninguna ley de propiedad podrá detenerlos, ya que ésta siempre ha sido una subordinada del avance tecnoindustrial.
Como se puede deducir, resulta que al final "irse a vivir al monte" es toda una traición a los instintos humanos de socialización, procreación y a la perdurabilidad de la naturaleza salvaje. Irse a vivir a la montaña no es sólo difícil, sino que a la larga se podría tachar incluso de improductivo. Lo más importante es que, precisamente el hecho de luchar contra nuestros instintos nos ha llevado al punto en el que estamos, por lo que acudir al médico por una enfermedad por puro instinto de supervivencia no debe supone ningún tipo de vergüenza, ni trabajar de forma remunerada debería serlo. Es obvio que quien pueda prescindir de todo esto y lo haga es digno de admiración, pero el no seguir una supuesta moral que se supone asociada a un pensamiento no es un contra argumento. Nadie es un hipócrita por no querer renunciar a la vida, al sexo o al alimento: la cuestión no es esa. Además, tirando de bravateadas, huir no es una opción válida, ya que significa dejar atrás algo que nos perseguirá a no ser que lo enfrentemos. La cuestión no es quién es capaz de ser más independiente del sistema, sino quién es capaz de destruirlo.
La sociedad industrial debe ser destruida, no rehuida. Mientras seamos conscientes de ello, lo que hagamos mientras no importa. Predicar con el ejemplo es algo muy cristiano, una mentalidad que tenemos arraigada por la cual se ha de obrar acorde a unas leyes que queremos promulgar, acción que de no ser cumplida convierte a uno en un "mal cristiano". Pero el anarquismo primitivista no es ninguna ley, no es ninguna sociedad moral utópica ni una creencia ética: es el remedio a una infección que poco a poco acabará con todo y con todos, una cura que se ha de aplicar con urgencia sin detenerse en cavilaciones acerca de lo que haremos una vez sanos.